"Yo también he leído lo que tiene el que está sentado al lado en el metro"

Jueves, 29 de octubre


A causa de la cantidad de trabajo que tenemos en la empresa (o gracias a ella, según os guste o no mi blog), ayer no pude postear como de costumbre. Tampoco os perdisteis nada. Iba a comentar el estado de un compañero de universidad que se lamentaba 'Me fastidia que no me guste el fútbol, porque me gustaría estar descojonándome del Madrid ahora mismo". Tenía pensado describir mi evolución en interés deportivo y cómo he pasado de ver ganar la octava en el mismo Saint Denis a enterarme justo ayer que Pellegrini es el entenador del Madrid. ¿Porque lo es, verdad? ¿O salen a jugar como les viene en gana?

Como véis, nada interesante. Hoy, encuentro que el mismo compañero (del que, por cierto, admiro su sentido del humor ácido y su capacidad para actualizar el FB más diez veces al día) se ha hecho fan de 'Yo también he leído lo que tiene el que está sentado al lado en el metro'.

Actualmente no monto mucho en metro, la verdad. Es lo que tiene caerte de la cama y llegar a la oficina. Tengo la gran suerte de poder levantarme a las ocho menos veinte, justo lo necesario para arreglarme antes de salir. Y cierro la puerta de mi casa a las ocho menos cinco, porque tardo alrededor de cuatro minutos y medio en llegar a la verja de nuestro local.

Pues bien, para descojone de mis amigas-socias-compañeras de trabajo, últimamente he utilizado esos cuatro minutos y medio para leer en el camino de mi casa al trabajo. Salía de la cama, me vestía con prisa (como siempre), cogía el libro y salía corriendo para el curro. Pulsaba el botón del ascensor mientras abría el ejemplar y, como vivo en un octavo y el ascensor suele estar en el bajo por la mañana, me daba tiempo a encontrar cuál era la última frase que había leído. Se abrían las puertas mecánicas, me metía en la caja y me apoyaba contra el cristal del espejo para continuar mi lectura desde esa oración.

Tardo 45 segundos hasta llegar al bajo (no lo he contado yo, qué os creéis, no puedo leer y contar al mismo tiempo), pero normalmente paro en algún piso intermedio para que otro madrugador se suba. Aquí, como en el metro, veo que mi acompañante se interesa de reojo por mi lectura, y busca el título del libro lo más disimuladamente que puede. Según tenga el día (suelo ser agradable), le facilito el trabajo alzando un poco el volumen para que pueda verlo bien. Se queda satisfecho, aprueba o no mis gustos literarios silenciosamente y llegamos al bajo.

Entrecierro el libro y bajo los seis escalones de mi portal. Saludo al portero, que empieza su ronda para recoger la basura de todos los portales, y salgo a la calle. Ya puedo leer tranquilamente.

Tengo calculados los obstáculos que hay entre mi casa y la oficina. Sé que en el primer tramo hay tres hendiduras de unos cuatro dedos de ancho en la acera, que se llenan de agua cuando llueve. Si no estoy pendiente, puedo mojarme o meter el tacón y pegarme la hostia padre. Lo segundo nunca ha pasado. Termino esta parte subiendo cuatro escalones para unirme a los grupos de adolescentes puberterosos que se caminan, a pasó de sonámbulo, hacia el instituto que hay junto a mi trabajo. Yo sigo a mi rollo, metida completamente en el libro. Esquivo a un clon de Amy Winehouse, que me mira sin entender qué hago yo en el mundo, y sigo mi camino.

Prefiero recorrer el ángulo recto del triángulo por la acera, en vez de recorrer la hipotenusa por la arena. Descarté esta opción la primera vez que bajé a la oficina leyendo y casi me mato con una piedra. Pero continuemos.

Llego a la puerta del instituto, y zizagueo a los adolescentes que berrean sobre los exámenes. Aquí presto un poco más de atención a lo que hago, porque una cosa es meterse una piña en la calle y otra es hacerlo en la calle, delante de un montón de quinceañeros que buscan entretenimiento. Subo las últimas escaleritas de mi recorrido y me planto en la calle de mi local.

Sigo leyendo mientras camino los últimos diez metros, apurando las últimas frases antes de cerrar el libro. Antes de llegar, me cruzo con el portero del edificio y comentamos, brevemente, lo que llevo leído hasta el momento. Él lo dejó a medias, me dice. Llego a la puerta de mi local y veo que está la verja subida, así que mis amigas-socias-compañeras de trabajo se me han adelantado. Llamo. Se acabó la lectura.

Luego tengo cachondeíto por todo lo anteriormente relatado y mis amigas me auguran una hostia en mis próximos trayectos. Puede ser. Pero, a falta de metro, ¿por qué voy a desaprovechar cuatro minutos y medio de lectura?

Nos vemos mañana, a las ocho.

6 comentarios:

Patricia Vera dijo...

Eso es aprovechar el tiempo y lo demás es tontería. ¡Qué control del territorio!

Laura dijo...

Blanca, nunca dejarás de sorprenderme. Te digo por experiencia propia que, cuando todo el mundo espera que te pegues una hostia, no llega a ocurrir. O si no mira los tres meses de incertidumbre que pasastéis todos mientras yo patinaba por las aceras de Berlín los días lluviosos.

La mujer del médico dijo...

Te entiendo per-fec-ta-men-te. Yo también leo por la calle y también me miran raro. Por ejemplo oy desde la salida del tren al curro, bajando unas escaleras de estas que son medio rampa medio escalera... Pues igual: cuatro pasos, escalón, cuatro pasos, escalon. Así siete escalones giro a la izquierda torno recto, puerta, giro a la izquierda y recto al curro... leyendo, claro ;)

M. San Felipe dijo...

A ver, si a mí me gusta mucho leer, y soy de las qeu se suben leyendo las escaleras del metro y se pasa los tornos con la vista fija en el libro y se pone de mala ostia cuando llega a su parada. Pero aún así, es gracioso verla llegar con su libro, absorta en su lectura, cuando vive a cuatro minutos y medio de la oficina... ¡Ya no digo nada si en sus ojillos se nota que el despertador no ha sonado a menos veinte...!

Irene dijo...

Aunque me ría, conseguiste leerte un libro de tropocientas páginas en nueve minutos diarios (cuatro minutos y medio de ida y otros tantos de vuelta).
Eso sí: si sigues viniendo a la oficina leyendo, me seguiré riendo de ti (y más el día que te tropieces y/o choques con la choni de turno) :-P

Ruth dijo...

Pobre Blanca, no dejes que se cachondeen de ti. Menuda fuerza de voluntad hay que tener para salvar tantos obstáculos por unas pocas páginas. ¡Sobre todo a esas horas de la mañana!
Y sí, yo también soy de las que hacen movimientos extraños de cabeza con tal de enterarme de qué lee el que tengo al lado jiji.

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