Viernes, 26 de marzo
Viernes, por fin. Y por el movimiento de este blog durante la semana (nulo), habréis adivinado el nivel de trabajo que hemos tenido en la empresa. Pero, como he dicho, ya es viernes así que pienso disfrutarlo al máximo.
Por lo pronto, estoy escribiendo tranquilamente mi post, disfrutando de un rato de tranquilidad mientras una de mis amigas-socias-compañeras de trabajo remata una cesta que necesitamos como atrezzo en una de nuestras grabaciones. La otra está en camino, aún con la resaca de su primera entrevista en un programa en directo.
Voy a dejarle margen para que vaya al baño y nos dé las primeras pinceladas de su estreno como personaje importante, y voy a arrastrar a mis dos amigas a la cafetería que hay frente a nuestra oficina. El café es fundamental para que mi viernes sea redondo.
Adelantándome en el tiempo, lo disfrutaré a sorbitos pequeños mientras nos organizamos el trabajo de hoy. Cuando terminemos, una de nosotras se adelantará a pagar. Si soy yo, repetiré lo que llevo haciendo varios meses: pensar que tengo dos euros cuando en realidad tengo una moneda turca y, al final, tener que pedir prestado a mis amigas.
Hace unos dos meses, el 'señor Manolo' del Kebab que hay en mi barrio, me dio una moneda turca entre las vueltas, de esas que tienen toda la pinta de una de dos euros. Yo, como me siento mal por comprobar las vueltas delante del camarero porque me parece que estoy dudando de él, me metí el dinero al monedero y a otra cosa, mariposa.
Descubrí el engaño cuando tuve que pagar un café y el camarero me comentó, discretamente, que en Europa se usa el euro y no la lira turca. Como sabréis vosotros, mis lectores y lectoras, dos euros es mucho cuando tienes una nómina de autónomo, con más subidas y bajadas que una montaña rusa, así que me llevé un disgusto y me sentí bastante timada.
Lo suyo hubiera sido dejar la moneda en mi casa y seguir mi vida sin esos dos euros. Pero pensé aquello de 'tonto el último' y pasé más de un mes intentando meterle la moneda a otro incauto como yo. No hace falta decir que fracasé: con una máquina de parking público, con el portero de ese parking público, en varios grandes almacenes, en alguna cafetería, en otra maquina de parking...
Un día, después de quejarme y maldecir, al abrir la cremallera de mi monedero y ver la lira turca, me dí cuenta que me daría pena colocársela a alguien y despedirme de ella. Y ahí esta desde entonces, simulando ser los dos euros que no son y haciendo que me equivoque cada vez que voy a pagar mi café.
¿Nos vemos el lunes, a las ocho?
5 comentarios:
¡Claro!, y con la excusa nunca pagas el café...
*Sabes que es mentira ;-)*
Ey, mi comentario no está :(. Te decía que lo de la lira turca no es para tanto, mi padre se encuentra cosas mucho peores en el banco (es lo que tiene trabajar allí). Por ejemplo, una vez les llevaron dos billetes que sólo eran falsos por un lado. ¿Cómo se hace eso? Pues coges un billete, lo abres en dos con una cuchilla de precisión y le pegas la mitad falsa por el otro lado. ¿Veis qué facil, amigos? (léase con acento de Bilbao)
Apadrina a una moneda falsa. Son sólo dos euros al día... ah! no, que es una lira turca :-P
Me suscribo a tu blog... me encanta que ésta haya sido la primera entrada que te leo. Deliciosa, es todo lo que tengo que decir. Desayuno delante del ordenador (hoy no, el jefe nos ha dado vacaciones escolares), así que te leeré por las mañanas. Un beso.
Ay, qué ilusión, Elena!!!
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