Lunes, 11 de octubre
Mi novio es cuatro años mayor que yo, justo una edad que traspasa la frontera entre la etapa estudiantil postgraduada y establecimiento familiar. Por eso, ya he asistido a la boda de un amigo suyo, tengo otra el año que viene, he hablado de hipotecas y de tipos de interés, he profundizado en los tipos de frigoríficos y placas de inducción y no me sorprendería que nos anunciaran un churumbel en el grupo. En ese contexto, lo normal es tener una media de cuatro bodas al año y guardar-ellas- varios vestidos de fiesta en el armario, etiquetados mentalmente para evitar ser vista repitiendo atuendo.
La cosa cambia cuando se trata de mi círculo cercano. Puede decirse que terminé la universidad anteayer, por lo que la gente de mi generación aún está encontrando su vida, ya sea ampliando estudios o comenzando su trayectoria profesional. Es una época de cierta inestabilidad, en la que aún no nos vemos como personas 'adultas' y sólo atisbamos el equilibrio personal en el horizonte, justo detrás de la cordillera de la madurez.
Pero de vez en cuando, este panorama de normalidad se ve salpicado por un encuentro fortuito, un comentario en mis redes sociales o un simple chismorreo. Así, de repente, me entero de que alguien de mi entorno ha dado una gran zancada y ha cruzado ese límite, haciéndose 'mayor'.
No sólo me pasa a mí. Mis amigas-socias-compañeras de trabajo también han sacado el tema en nuestros largos cafés matutinos. A ellas, como a mí, aún les cuesta asimilar que la etiqueta de uno de sus contactos de Tuenti esté sobre la cara de la novia. O ver una ecografía en el muro de Fb.
Poco a poco voy asumiendo que una de mis amigas está en su luna de miel (¿quizás en Argentina?) y no puedo evitar seguir su vuelo de mielero a través de las redes sociales. Ella ya planea sobre la vida adulta y parece que está muy lejos, más allá de lo que me puedo plantear.
Lo peor de todo es que, aunque no me de cuenta, yo también he evolucionado. Vivo independizada y, todos los días, abro la puerta de mi propio negocio (ese que comparto con mis amigas-socias-compañeras de trabajo). Puede que, incluso, alguien de mi entorno mire mi muro de Fb y tenga la misma reflexión que he tenido esta mañana. Quién sabe...
Nos vemos mañana, a las ocho.
1 comentarios:
Lo importante es que esa distancia entre un grupo y otro sea enriquecedora y no se convierta en un abismo generacional, como me ocurre a mí, que a veces tengo dos mentes etiquetas para utilizar con un grupo o con otro (más o menos como los vestidos para las bodas, aunque yo ya casé a casi todos los amigos de mi ¡oh, Dios! marido).
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