Tras un par de días con mis mocos a cuestas, por fin llega el viernes. Pego un manotazo al despertador cuando suena y es mi novio quien me recuerda que tengo que levantarme. Entonces, le hago una reflexión que pone encima de la mesa mi inteligencia sobrenatural: 'Vale, pero me ha gustado más el trabajo que ha hecho la chica de los filetes que la otra con los globos'.
No es la primera vez que lo sorprendo con frases profundas de ese estilo justo después de que suene el despertador. Lo malo es que él, en vez de dejar que yo vuelva al mundo de los mortales despiertos, continúa haciendo preguntas para ver la cantidad de estupideces que soy capaz de decir hasta que recupero la consciencia.
Lo malo no es eso. Lo peor es que se ríe de mis reflexiones y a mí, aunque esté dormida, me sienta fatal. Así que me pongo seria y repito mi tontería más alto y, por supuesto, enfadada, lo que hace que él se descojone del todo, aumentando, del mismo modo, mi cabreo.
Mi padre no me hacía eso. Recuerdo un día, cuando yo tenía trece años, que pasó por delante de mi puerta mientras yo ya estaba dormida. Le llamé y le dije, seriamente: 'Papá, tráeme un vaso de agua o un chico de dieciséis años'. ¿Creéis que se rió de mi? Me trajo el vaso de agua inmediatamente.
Buen fin de semana. Nos vemos el lunes, a las ocho.
2 comentarios:
Más bien creo que tu padre se asustó y por eso escogió el vaso de agua.
¿Y el chico de dieciséis años? Vaya, papi se equivocó xDD
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