Jueves, 4 de noviembre
Permitidme hoy la licencia de dejar a un lado la última publicación de Fb ('Lullaby', de The Cure) para hacer un post bastante más costumbrista de lo habitual, de esos que se escriben en primera persona y que a Elvira Lindo le quedan estupendos.
El motivo del salto en mi muro de Facebook es que el martes pasado me encontré plantada frente al gimnasio de mi barrio, con un nuevo y desconocido atuendo Decathlon, a punto de empezar mi primera sesión de máquinas.
Tuve entonces una sensación extraña. Años atrás cruzaba la misma puerta, bajaba el mismo escalón, saludaba a la misma gente. La diferencia es que entonces tenía bastantes kilos menos, una barriga planísima y una elasticidad que se quedó en el vestuario la última vez que cambié mi mallot de rítmica por ropa de calle. Ahora, el reflejo que me devolvían los espejos del Kimura era bastante más patético. Pero por eso estaba allí, así que tenía que concentrarme.
Resulta que después de flirtear el año pasado con el baile de salón, llegué a la conclusión de que pasar una hora con señores y señoras que han superado la sesentena no iba a ayudarme a encontrar la forma física de mis años de gimnasia. Dejé pasar el verano por aquella manida excusa de que la época estival es para descansar y llegado el curso escolar, como soy un poco huevona, llegué tarde al plazo de inscripción en las actividades de la Junta de Moratalaz. Sólo quedaba volver al Kimura.
Y allí estaba. Poniendo mi dedo en el lector de huellas dactilares para entrar porque ahora todo se ha vuelto muy moderno. Cruzando el pasillo de la derecha, que antes llevaba a los vestuarios de los más pequeños, ahora desaparecidos y convertidos en máquinas de pesas, cintas y elípticas. Enseñando al monitor la tabla de ejercicios que me ha recomendado un amigo de mi novio y que apunté, rápido y con garabatos, en el reverso de un par de servilletas de bar. E intentando ser una más entre los cachitas y las gacelas que deciden acortar su siesta para ir al gimnasio a las cinco de la tarde.
Por supuesto, durante mi primera sesión de máquinas, sentía sobre mi cabeza una gran flecha que parpadeaba en llamativos colores fosforescentes, avisando a todo el mundo de que era nueva en aquello. Todo en un contexto de gimnasio de barrio, en el que los aparatos tienen una distribución más o menos circular y están muy cerca unos de otros. O sea, que mientras yo intentaba esquivar una pregunta sobre mi peso, dato que el monitor necesitaba para introducir en la elíptica, el resto de compañeros veían y oían la situación, aunque no quisieran (que querrían, claro, porque es bastante entretenido cotillear mientras sudas la gota gorda).
Pero ya me dijo mi madre cuando le comenté que me había apuntado al Kimura: "Eso, hija, haces muy bien, que la gente gorda como tú y como yo tiene que hacer ejercicio". Toma subidón de autoestima.
Nos vemos mañana, a las ocho.
5 comentarios:
Amos! Que se te ve con ganas y eso es lo importante!
Joder, dan gusto las madres así. Yo volví ayer a la piscina, a ver cuándo saco hueco para escribir el post pertinente.
Se te olvida mencionar las agujetas resultantes, que me lo ha chivado un pajarito, jeje
Quédate con lo bueno: ya has superado el primer y segundo día, y vas ya por el camino del tercero. Además, te ha quedado un post muy Elvira Lindo :-)
Muchos ánimos, ya verás que al final engancha. Sólo hace falta encontrar los ejercicios (o clases guiadas si tienes opción) que más se adapten a ti.
Jo, coincide tu primera semana de gimnasio con la última mía. Tengo un bajóoooooooooon!!!
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